1«¡Entonen a mi Dios un canto al son de panderetas,
canten al Señor con acompañamiento de platillos,
ofrézcanle un canto de alabanza,
honren e invoquen su nombre!
2El Señor es un Dios que pone fin a las guerras;
él me libró de mis perseguidores
y me trajo al campamento de su pueblo.
3»Vinieron los asirios de las montañas del norte,
vinieron con miles de soldados,
tantos que con ellos los valles se inundaban
y con sus caballos se cubrían las colinas.
4Amenazaron con quemar mi territorio,
con matar a espada a mis muchachos,
con estrellar contra el suelo a mis niños de pecho,
con llevarse presos a mis pequeños
y cautivas a mis jovencitas.
5»Pero el Señor todopoderoso los hizo fracasar
por medio de una mujer.
6Su campeón no cayó a manos de jóvenes,
ni fueron colosos los que lo vencieron,
ni le cayeron encima gigantes enormes;
¡Judit, la hija de Merarí,
lo venció con su belleza!
7Se quitó su ropa de luto,
se untó el rostro con perfumes,
para salvar a los oprimidos de Israel.
8Se adornó la cabeza con una diadema
y se puso ropa fina para engañarlo.
9Sus sandalias le deslumbraron los ojos,
su belleza le cautivó el alma,
y la espada le atravesó el cuello.
10»Los persas se espantaron al ver su atrevimiento,
los medos temblaron al ver su audacia.
11Entonces mi pueblo oprimido alzó el grito,
y los enemigos se asustaron;
gritó mi pueblo débil, y ellos se aterraron;
alzó la voz, y ellos huyeron.
12Los traspasaron como a débiles muchachos,
los hirieron como a esclavos desertores;
¡el ejército de mi Señor los destruyó!
13»Voy a cantar a Dios una canción nueva:
¡Señor, tú eres grande y glorioso,
admirable por tu poder invencible!
14Que te sirvan todos los seres que creaste;
tú hablaste, y comenzaron a existir,
enviaste tu soplo, y se formaron;
nadie puede resistir a tu voz de mando.
15Las montañas se estremecen desde sus cimientos
y se confunden con los mares,
las rocas se derriten como cera delante de ti;
pero a aquellos que te reverencian
les muestras tu bondad.
16»Poca cosa son los sacrificios de olor agradable,
muy poco es toda la grasa que se quema en holocausto;
pero el que reverencia al Señor siempre será grande.
17¡Ay de las naciones que amenazan a mi pueblo:
el Señor todopoderoso las castigará en el día del juicio;
las entregará al fuego y los gusanos,
y llorarán de dolor eternamente!»
Término del relato
18Al llegar a Jerusalén, adoraron a Dios, y una vez que el pueblo se purificó, ofrecieron holocaustos, dones voluntarios y ofrendas. 19Judit consagró a Dios toda la vajilla de Holofernes, que el pueblo le había regalado, lo mismo que el pabellón que ella había quitado de la tienda en que él dormía. 20Durante tres meses, el pueblo estuvo celebrando fiestas en Jerusalén, frente al templo, y Judit se quedó con ellos.
21Al cabo de ese tiempo, cada uno volvió a su tierra, y Judit regresó a Betulia para seguir al frente de sus posesiones. Mientras vivió, fue famosa en todo el país. 22Tuvo muchos pretendientes, pero después que su esposo Manasés murió y fue a reunirse con sus antepasados, ella nunca volvió a tener relaciones con ningún hombre. 23Su fama fue creciendo más y más; vivió en la casa de su esposo hasta llegar a la avanzada edad de ciento cinco años. Dio la libertad a su esclava. Murió en Betulia, y fue sepultada en la tumba de su esposo Manasés, excavada en la roca. 24El pueblo de Israel lloró su muerte durante siete días. Antes de morir, ella había repartido sus posesiones entre todos los parientes más cercanos de su esposo Manasés y entre los suyos propios. 25Durante el tiempo que vivió Judit, y por mucho tiempo después de su muerte, nadie volvió a amenazar a los israelitas.