Tobit queda ciego
1Siendo rey Esarhadón, volví a mi casa y me devolvieron a mi esposa Ana y a mi hijo Tobías. Una vez estábamos celebrando nuestra fiesta de Pentecostés (llamada también «fiesta de las semanas»). Me habían preparado un buen banquete, y me senté a la mesa. 2Me arreglaron la mesa y me trajeron varios platos preparados. Entonces dije a mi hijo Tobías:
—Hijo, ve a ver si encuentras algún israelita, de los que han venido desterrados a Nínive, que haya sido fiel a Dios de todo corazón y que sea pobre, e invítalo a comer con nosotros. Yo te espero, hijo, hasta que vuelvas.
3Tobías fue a buscar algún israelita pobre, y luego volvió y me llamó.
—¿Qué pasa, hijo? —contesté.
—¡Padre —me dijo—, hay un israelita asesinado, y está tirado en la plaza! ¡Lo acaban de estrangular!
4Yo ni siquiera probé la comida. Rápidamente fui a la plaza, me llevé de allí el cadáver y lo puse en una habitación, esperando que llegara la noche para enterrarlo. 5Volví a casa, me lavé bien y comí con mucha tristeza. 6Entonces me acordé de lo que había dicho el profeta Amós al hablar contra Betel: «Cambiaré las fiestas en llanto por los muertos, y los cantos en lamentos fúnebres.» Y me puse a llorar. 7Cuando llegó la noche, fui, cavé una fosa y enterré al muerto. 8Mis vecinos se burlaban de mí y decían: «La vez pasada lo estuvieron buscando para matarlo por hacer eso, y se escapó; ¡y todavía no tiene miedo! ¡Ahí está otra vez enterrando a los muertos!»
9Esa noche me lavé bien, salí de mi casa y me acosté junto a la pared de fuera con la cabeza descubierta porque estaba haciendo calor. 10No sabía que sobre la tapia, encima de mí, había unos pájaros, los cuales dejaron caer excremento caliente en mis ojos, y me salieron nubes en ellos. Fui a consultar a los médicos para que me curaran; pero mientras más remedios me untaban, más ciego me iba quedando por las nubes en los ojos, hasta que perdí la vista por completo. Cuatro años estuve sin poder ver. A todos mis parientes les dolía verme en ese estado, y Ajicar me cuidó durante dos años, hasta que se fue a Elimaida.
Honradez de Tobit
11Durante ese tiempo, mi esposa Ana se dedicó a trabajar en labores femeninas. 12Se las enviaba a sus patrones, y ellos se las pagaban. Un día, el siete del mes de Distro, terminó su tejido y se lo envió a sus patrones. Ellos le pagaron todo y además le regalaron un cabrito para que nos lo comiéramos. 13Cuando llegó a la casa, el cabrito comenzó a balar. Yo la llamé y le pregunté:
—¿De dónde salió ese cabrito? ¿Acaso lo has robado? Devuélveselo a sus dueños, pues no tenemos derecho a comernos nada robado.
14Ella me contestó:
—Es un regalo que me hicieron, además de mi paga.
Yo no le creí, y seguí insistiendo en que lo devolviera a sus dueños. Me sentía avergonzado por lo que ella había hecho. Entonces me dijo:
—¡En eso pararon tus obras de caridad! ¡En eso pararon tus buenas obras! ¡Ahora se ve claro lo que eres!