Una herencia escogida
Mictam de David.
1Cuídame, oh Dios, porque en ti confío.
2Yo declaro, Señor, que tú eres mi dueño;
que sin ti no tengo ningún bien.
3Poderosos son los dioses del país,
según todos los que en ellos se complacen.
4¡Pero grandes dolores esperan a sus seguidores!
¡Jamás derramaré ante ellos ofrendas de sangre,
ni mis labios pronunciarán sus nombres!
5Tú, Señor, eres mi copa y mi herencia;
tú eres quien me sostiene.
6Por suerte recibí una bella herencia;
hermosa es la heredad que me asignaste.
7Por eso te bendigo, Señor,
pues siempre me aconsejas,
y aun de noche me reprendes.
8Todo el tiempo pienso en ti, Señor;
contigo a mi derecha, jamás caeré.
9Gran regocijo hay en mi corazón y en mi alma;
todo mi ser siente una gran confianza,
10porque no me abandonarás en el sepulcro,
¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel!
11Tú me enseñas el camino de la vida;
con tu presencia me llenas de alegría;
¡estando a tu lado seré siempre dichoso!