De la Biblia a la vida: el descanso
El ritmo vertiginoso de estos tiempos ha convertido el descanso en un bien apetecible pero esquivo. No renegamos de la necesidad de aquietar nuestra vida ajetreada. Al contrario, creemos, como nunca antes, que el descanso es indispensable para una vida saludable y tranquila. Nuestra dificultad, más bien, radica en que no logramos encontrar la forma práctica de convertir esto en una realidad.
La complicación radica en la definición de “descanso” que empleamos. El concepto popular sostiene que descanso es lo que hacemos cuando no tenemos nada que hacer. Como nunca llega el día en que no tenemos nada que hacer, acabamos siempre atrapados en un activismo que ha enfermado nuestros corazones.
La Biblia nos sorprende cuando saca el descanso del plano del deseo y lo convierte en mandamiento. El Señor, conocedor de nuestra naturaleza, entiende que nuestra tendencia es hacia un desequilibrio crónico en el manejo de nuestras actividades. Nos ahorra el problema de encontrar un espacio en el que podamos practicar el descanso al decirnos: “Te ordeno que descanses”. Comprender esto nos conduce a uno de los conceptos más importantes acerca del descanso: es una disciplina que le imponemos a una vida que tiende hacia el caos. Es decir, debemos planificar de manera deliberada e intencional nuestras agendas para que cesen las actividades que normalmente nos ocupan cada día.
Este cese de actividades da lugar a un cambio en el ritmo de vida. El descanso es ese momento en el que celebramos la bondad de Dios, afirmamos su generosa provisión para nuestras vidas y declaramos, una vez más, nuestra intención de caminar de Su mano cada día. Nos permite recuperar una perspectiva saludable de la vida y alinearnos con los ritmos que Dios le ha dado a su creación.